No fue un domingo más en la vida de Eduardo Ortiz. En su hoja de ruta, el domingo 7 de octubre de 2012 quedará marcado a fuego en su corazón. El mismo corazón que recibió a los 30 años, cuando su vida "pendía de un hilo", tal como dice a LA NACION el ahora maratonista.
El uruguayo padecía una enfermedad cardíaca desde los 12 años. Pasó buena parte de su adolescencia entre internaciones, tratamientos ambulatorios y distintas operaciones que no terminaban por darle una vida como la que soñaba. "Llegué a estar seis meses en un hospital. Esa estadía en Montevideo fue la más dura y larga que viví", cuenta este natural de Durazno, que ayer completó los 42 kilómetros en 4 horas y 41 minutos.Tras una operación realizada cuando él tenía 18 años, la situación no mejoró. Por el contrario, y a pesar de los pronósticos médicos, empeoró. Sintió que la vida se le escurría entre las manos. Pasaron los años y el estado de su corazón se agravó. Llegó un momento en el cual, en reposo, latía a 180 pulsaciones por minuto. "La idea de un trasplante se convertía en la única chance de sobrevivir. Al final, se dio en 2000 y ahí empezó mi tercera vida porque la arritmia que tenía no me dejaba hacer absolutamente nada. Ésos son momentos donde uno intenta aferrarse a algo y Dios me dio una nueva oportunidad. Les debo mucho a él y a la persona que me dio su corazón", dice, sin ocultar su apego por la religión. Y agrega: "Hoy [por ayer] siento que llegué al final de la carrera con él. El trasplante de corazón es el que más está ligado a la línea de la vida, a los sentimientos, al amor, es el órgano que más sensibiliza", explica.
Como un hallazgo, un día advirtió que tenía una gran resistencia. Sin prisa, pero sin pausa, Ortiz, junto a su entrenador Hernán Penaos, pasó extensas jornadas de entrenamiento de más de tres horas diarias. Haga frío o calor, él siempre sale a entrenar. "Por increíble que parezca puedo entrenar muchas horas sin parar. Primero hice atletismo y después ciclismo, unos 70 km por día. No puedo dejar de hacerlo. Debo cuidarme y evitar que envejezca ese músculo tan importante", indica. Así fue como empezó a competir y a ganar. Suma 48 medallas (varias de oro) en eventos para trasplantados a nivel sudamericano y latinoamericano.
Pero cuando la vida parecía darle una nueva oportunidad, en 2006 el destino le quitó a su esposa, la misma que conoció en medio del quirófano. "Primero fuimos amigos, luego convivimos y después nos casamos. Fue un golpe durísimo de asumir porque ella se murió esperando un trasplante", resume. Sin ánimo ni fuerzas para continuar se alejó por completo de todo, incluido el deporte. Pero varios meses después volvió a sonreír. Un encuentro casual con su primera novia le dio un motivo para seguir adelante. Recompuesto emocionalmente, volvió al ruedo y, en 2007, hizo 100 km de mountain bike en Piriápolis, donde recibió la medalla al mérito deportivo.
"Mi objetivo, lógicamente, no era ganar. Eso lo dejo para los keniatas. Mi objetivo es concientizar a la gente de la importancia de donar los órganos. Es fundamental que se entienda que hacerlo es dar vida. Uno, tal vez, sólo se da cuenta cuando le toca en carne propia o a un ser cercano", apunta con la medalla entre sus manos mientras deja escapar una sonrisa enorme y confía su próximo desafío: competir en un "Ironman".
FUENTE: http://www.lanacion.com.ar/
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